miércoles, 16 de julio de 2014

canciones

Caballo verde

Yo tengo un caballo verde 

que hace piruetas
se sabe lavar los dientes
va en bicicleta.
Tiene un callo en 
la barriga de andar  echado.
Y cuando lo llevo al río
se mete en el agua y sale colorado.
Y cuando lo llevo al río
se mete en el agua y sale colorado.
Yo le enseñe hablar
sabe decir MAMÁ.
Y es tan inteligente que
hasta usa lente pa´ poder dormir.
Y es tan inteligente que 
hasta usa lente pa´dormir.
Su novia es rubia 
muy coquetona
se pinta los labios rojo
y es percherona. 
Y cuando lo ve al caballo
 le dice así:
ME DAN GANAS DE COMERTE
PORQUE TE PARECE MUCHO 
AL PEREJIL.
ME DAN GANAS DE COMERTE
PORQUE TE PARECE MUCHO 
AL PEREJIL.
Yo le enseñe hablar
sabe decir MAMÁ
Y es tan inteligente que
hasta usa lentes pa´dormir.
Y es tan inteligente que
hasta usa lentes pa´dormir.



susanita tiene un ratón


susanita tiene un ratón

un ratón chiquitín
que come chocolate y turrón
y bolitas de anís.
Duerme cerca del radiador
con la almohada en los pies
y sueña que es un gran campeón
jugando a la ajedrez.
Le gusta el fútbol
el cine y el teatro.
Baila tango y rock´n roll 
y si llegamos y nota que observamos
siempre nos canta esta canción.

susanita tiene un ratón

un ratón chiquitín
que come chocolate y turrón
y bolitas de anís.
Duerme cerca del radiador
con la almohada en los pies
y sueña que es un gran campeón
jugando a la ajedrez.
Le gusta el fútbol
el cine y el teatro.
Baila tango y rock´n roll 
y si llegamos y nota que observamos
siempre nos canta esta canción.




martes, 15 de julio de 2014

canciones

Las manos

Saco mis manitas y las pongo a bailar
las abro, las cierro y las vuelvo aguardar.
saco mis manitas y las pongo a danzar
las abro, las cierro y las vuelvo aguardar.
Saco mis manitos y las pongo a palmear
las abro, las cierro y las vuelvo aguardar.


Plimplamplom

plam, plam, plam 
golpes con las manos
plom, plom, plom 
golpes con los pies
plim, plim, plim
golpes con las rodillas
plim, pla, plom
todos a correr.


A mi mono

A mi mono le gusta la lechuga, 
planchadita sin una sola arruga
se la come, con sal y limón
 muy contento, sentado en mi balcón.



canciones de saludo a la bandera

Mi bandera 1

Una palomita blanca 
volando llego hasta el cielo
y formando con sus colores
la bandera que mas quiero.

Azul como el firmamento
blanca como el jazmín
juguetona como el viento
es la bandera del jardín.


Banderita mía 2

banderita mía parece tú
blanca palomita en el cielo azul.
Cuando a la mañana vengo yo al jardín
al verte tan linda me siento feliz.
La la la la al verte tan linda me siento feliz.


Desciende banderita

desciende ya mi bandera
que te vamos aguardar 
y mañana bien temprano
te volvemos izar.


canciones de orden y silencio

Canciones para llamar el silencio

Abro un ojo, abro el otro
y me rasco la nariz.
Abro un ojo, abro el otro
y me estiro así y así.
Abro un ojo, y abro el otro
y hago shhhh shhh
y hago shhhh shhh.
  ______________________

Esta mano sube, me llama y
se desparrama, la potra mano sube,
me llama y dice
shhhh.
_______________

Levanto una mano
levanto la otra
hago un moño grande
y me lo pongo en la boca.


Canciones del orden

Guardando, guardando
yo voy a ordenar
poniendo cada cosa en su lugar.
Guardé y ordené
y ya me cansé,
la cola en el piso 
yo voy a poner.
_____________

A guardar, a guardar 
cada cosa en su lugar.
despacito y sin romper
que mañana hay que volver. 

canciones de despedidad

Nos despedimos

A casa nos vamos con esta canción
mamá nos espera con todo su amor
a mi señorita un beso le doy
y mis amiguitos les digo adiós.


Por este caminito

por este caminito alegro y saltarín
por este mismo caminito nos vamos del jardín
adiós mi señorita, adiós lindo jardín
mañana volveremos, tachín, tachín, tachin.
taaaachín.


Busco la bolsita

Busco, busco mi bolsita
busco, busco la encontré
me coloco el saquito
y el trencito formare
un besito te date y 
mañana volver.




canciones para saludar

Jardín jardín

Jardín, jardín
te queremos saludar
porque, porque
hoy venimos a jugar.
Daremos un paso al frente,
ahora para atrás,
daremos la vuelta entera
y me siento en el lugar.


Hola chicos
 
Olas que vienen,
olas que van.
Hola chicos,
¿como les va?


Hola hola

Hola, hola para vos y para mi,
hola, hola para vos y para el jardín.
Despacito...
Más ligero...
Me lo pongo de sombrero.
Se me cae, lo levanto.


El mono

Sube, sube
el mono a la palmera.
sube, sube y no deja de trepar.
Desde arriba nos tira bananitas
y nos dice: ¿HOLA NENES, CÓMO ESTÁN?


Saludo

Saludo con una manito,
saludo con las dos,
saludo diciendo hola,
saludo tirándote un besito.


Nos saludamos así

Cuando vengo ligerito
de mi casa
hacía el jardín
traigo un grillo en el bolsillo
que me canta siempre así
criqui, criqui...
buenas tardes señoritas
buenas tardes mi jardín
buenas tarde amiguitos
otra vez estoy aquí
criqui, criqui...


Pico picotero

Pico picotero
me saco el sombrero
saludo a los chicos 
¿que tal les va?

LOS NENES RESPONDEN

Pico picotero
me pongo el sombrero
me va requetebién
gracias por preguntar.
  

cuentos

El bichito feo


Había una vez un bichito que vivía en el bosque.
No sabia bien qué clase de bichito era, sólo sabía
que rea muy feo, pues se había mirado en el 
espejo de la laguna que estaba cerca de su casita.
Hasta que un buen día vio a una espantosa 
lechuza y se dijo: "HE AQUÍ UN BICHO MÁS
FEO QUE YO", y quiso saber qué sentía siendo
tan feo...
SEÑORA LECHUZA, le preguntó, "¿QUÉ 
SIENTE UN ANIMAL AL SER TAN FEO COMO
USTED?". La lechuza, muy enojada, lo corrió a
picotazos. Pedrito escapó muy asustado
a esconderse debajo de una piedra, mientras 
pensaba en lo desgraciado que era por ser
tan feo y mal comprendido.
Como no podía salir de su escondite, porque
la lechuza lo acechaba, se quedó profundamente
dormido y durmió durante mucho tiempo...
Un día despertó con una extraña sensación,
se sacudió con fuerza y, ¡oh, sorpresa!, le había 
crecido unas hermosas alas. Y así el bichito feo
se convirtió en la mariposa más linda del bosque.



Tomás el cazador

Había una vez un niño llamado tomás que vivía solo
en una hermosa cabaña del bosque. Tomás pasaba 
mucho frío, porque en las noches de invierno el lugar
estaba helado. Una mañana, después de tomar la leche, 
tomás se dijo: "VOY A SALIR AL BOSQUE A CAZAR
MUCHOS CONEJOS, PARA HACERME CON SUS 
PIELES UNA HERMOSA MANTA PARA TAPARME
EN LAS NOCHES, Y DORMIR MUY CALENTITO"
Tomó su escopeta y salió de caza. De pronto vio un
conejo y comenzó a perseguirlo hasta acorralarlo.
Entonces  apunto con su escopeta, pero cuando iba 
a disparar el conejo dijo: -POR FAVOR NO ME MATES-.
Es que debo hacerlo, porque necesito tu piel
para abrigarme en las noches -RESPONDIÓ EL NIÑO-.
-APIÁDATE DE MÍ- dijo el conejo, tengo esposa
y veinte hijos que alimentar. Tomás conmovido,
dejó ir al conejo y se fue caminado lentamente
hacía su cabaña, pensando que como cazador
era un fracaso, y que iba a seguir pasando mucho frío.
Esa noche, mientras Tomás estaba acostado en su cama,
tiritando de frío, vio que la puerta de su cabaña se 
abría lentamente, y que pequeñas sombras se acercaban 
a su cama... ¡Que sorpresa! eran papá y mamá conejo 
con sus veinte conejitos. Todos se subieron sobre la cama
de Tomás para darle calor. Desde entonces viven todos 
juntos y muy contentos en la cabaña del bosque.


La bruja Eduvijes y la cola de cerdo


había una vez un bruja muy fea y sucia llamada Eduvijes,
que solo pensaba en hacer maldades. Un día se propuso 
molestar a todos los animalitos del bosque haciendo 
llover a cántaros y asustarlos con rayos y truenos. En una 
olla muy grande mezcló bigotes de gato viejo, plumas de
lechuza bizca, pezuñas de burro resfriado y se puso a revolver
con un palo agrandando agua de charco. Con esta mezcla,
esperaba lograr su propósito de inundar el bosque y perjudicar
a sus vecinos. Pero de pronto gritó -¡ME OLVIDÉ DE PONER COLA DE CERDO ENOJADA! rápidamente montó en su
escoba voladora y se dirigió a la casa del leñador que tenía
un chancho gordo y tranquilo de nombre Pancracio.
Como Pancracio dormía plácidamente en su
chiquero, la bruja mala empezó a golpearlo con su escoba
en la cabeza para hacerlo enojar y luego cortar un pedazo 
de su cola con unas tijera que llevaba.
Pero Pancracio tenía la cabeza muy dura y a pesar de los 
golpes no se despertaba. La bruja, muy enojada, 
soltó la escoba y se puso a saltar sobre el lomo de Pancracio.
Pancracio se despertó y ver la escoba cerca, se comió
toda la paja y siguió durmiendo muy tranquilo. Y, como 
se sabe, una escoba de bruja, sin paja, no puede volar.
Para mayor desgracia comenzó a llover torrencial mente.
Eduvijes, después de tanto saltar quedó muerta de 
cansancio y no tuvo más remedio que volver caminando 
bajo la lluvia entre las burlas de todos los animalitos.
Después de muchas horas, llegó a u casa mojada, triste
y cansada; sin su escoba voladora ni la cola de cerdo enojada.



El caracol Silvino


En una mañana, los rayos del sol acariciaban las flores del jardín. Rosas y margaritas sonreían de alegría. Arrastrándose despacito, despacito, apareció el caracol Silvino.¡EL NO ESTABA CONTENTO! Y doña margarita decidió  preguntarle: -¿QUÉ TE PASA CARACOL? -¿Nadie quiere jugar conmigo porque no puedo arrastrarme rápido! -Decía Silvino mientras se le caían algunas lágrimas. No te preocupes, Silvino. Doña lombriz me ha contado que papá y mamá hormiga necesitan ayuda porque sus hijitas son muy traviesas y no hay juego que les guste. Silvino, con gran entusiasmo se secó sus lágrimas, lustró su casita blanca y colorada, saludó a las flores y empezó a arrastrarse hacia el hormiguero. Se apuró para llegar. cuando se acercaba, vio que algunas hormiguitas se estaban peleando. ¡Se tiraban de las antenitas para saber quién tenía más fuerza!. Vengo a jugar con ustedes, hormiguitas! -dijo Silvino-. Las hormiguitas se miraron pensando a que jugarían con ese extraño caracol de casita colorada. Y silvino les explicó. 
Las traviesas hormiguitas usaban la casitas del caracol como un tobogán. ¡SUBÍAN POR UN LADO Y BAJABAN POR EL OTRO!
¡QUE CONTENTO ESTABA SILVINO! Por fin jugaba con sus amiguitos.



El dragón Arturo

Hace muchos, muchos años, en un bosque muy lejano, ocupando una caverna oscura, vivía un enorme dragón de larga cola que, cada vez que estornudaba, largaba fuego por su gran nariz. el dragón se llamaba Arturo, y vivía muy triste y solitario, porque todos los animales del bosque le tenían miedo y ninguno se acercaba por los alrededores de su cueva. Un día llegaron al bosque varios camiones, que tenían muchos hombres con armas, sogas y enormes jaulas con barrotes de hierro. Los hombre venían a cazar animales vivos para después venderlos a zoológicos y circos. Como los animales nunca habían visto algo parecido, se acercaron para averiguar de que se trataba; entonces muchos cayeron en trampas y fueron a esconderse llenos de miedo. La noticia corrió de oca en boca y los pájaros, mientras volaban sobre el bosque, contaban la novedad para que todos los animales se enteren de lo ocurrido. Así fue como llegó a oídos del enorme dragón. Entonces, Arturo salió de su cueva, se desperezo y empezó a caminar hacia el campamento de los hombre.
Cuando llegó, comenzó a bramar, a echar fuego por su nariz y a golpear los camiones con su enorme cola. Los hombre huyeron aterrorizados... Entonces, Arturo, rompió los candados y cadenas de las jaulas a mordiscones y liberó a los animales. Desde ese día Arturo tuvo muchos amigos, y ya nunca más se sintió solo.



Un amiguito útil

Había una vez un bichito de luz a quien todos sus amigos del bosque usaban para alumbrarse en las noches oscuras. A veces no lo dejaban ni dormir, y pese a su buena voluntad nadie lo daba importancia. Luciano, que así se llamaba el bichito, tenía una pancita hermosa que se encendía y se apagaba, iluminando todo lo que estaba a su alrededor. Pero un día, Luciano se levantó con mucho dolor de barriga, y enterado su amigo el picaflor, fue a buscar volando a la mona Pauliana, de quien se decía que sabía curar muy bien los dolores de barriga. 
La mona revisó a Luciano, y con cara de saber mucho dijo: -ESTE BICHITO ESTÁ ENFERMO DE OSCURIDAD, PUES SU BARRIGUITA  NO DA MÁS LUZ, y esta dijo además, ES UNA ENFERMEDAD INCURABLE. Se escuchó: ¡¡OOHHH!!! Los animalitos no podían creer lo que oían, y comenzaron a preguntarse unos a los otros: "¿QUÉ VAMOS A HACER AHORA CUANDO NECESITEMOS LUZ Y LUCIANO NO NOS PUEDA AYUDAR? Desconsolados, todos los animalitos se dieron cuenta de lo importante que era para ellos contar con un buen amigo, que les hacía tantos favores sin pedirles nada a cambio. Luciano, que no podía verlos sufrir, se quito una faja que llevaba puesta sobre la panza y les dijo: -¡MIREN!
Asombrados y muy contentos, sus amigos vieron la barriguita de luciano, despidiendo como siempre hermosos rayos de luz. ¡¡QUÉ ALIVIO!!
Todo había sido una broma.



El perro y la pulga

Había una vez un perro llamado Gaspar. Era un perro peludo y muy viejo, tenía largas orejas y patas muy cortas. En el lomo de Gaspar, entre sus pelos, vivía una pulga muy molesta llamada Romona. Como Gaspar era un perro muy gruño, se la pasaba tratando de echar a la pulga Ramona de su lomo. La pobre no podía vivir tranquila porque a cada rato un zarpazo de Gaspar la hacía caer al suelo. 
A Gaspar le gustaba mucho salir de paseo pero no se animaba porque veía muy poco y se llevaba todo por delante. Un día se decido y salió a la calle. Cuando llegó a la primera esquina se dispuso a cruzar. Ramona, que estaba tomando sol en la cabeza de Gaspar, vio que venía un enorme camión. Entonces se acercó a la oreja de Gaspar y le gritó: -"¡ATRÁS, GASPAR! ¡CUIDADO!" Gaspar, enseguida, dio un paso atrás ¡QUE SUSTO! casi lo pisa el camión... Desde entonces, Gaspar y Ramona son muy amigos. Ramona vive tranquilamente en el lomo de Gaspar y le sirve de guía cuando salen de paseo. 




El zorro y el conejo


En el bosque, todos los animalitos pequeños sabían bien que, cuando aparecía el zorro, había que ponerse fuera de su alcance y nunca dejarse convencer por sus mentiras. Por ese motivo, al zorro se le hacía cada vez más difícil conseguir su alimento. Un día comentaron en la selva: -"EL ZORRO SE HABÍA VUELTO VEGETARIANO". Los animalitos habían visto como Don Zorro masticaba pasto y hojas verdes y relamiéndose, decía:-"¡QUÉ RICO!" Nadie podía creerlo, y menos aun cuando reunió a los animalitos y les dijo: -"YA TODOS USTEDES PUEDEN JUGAR CONMIGO, PUES COMO VEN, ME ALIMENTO SOLO DE VEGETALES." No le hicieron demasiado caso y decidieron probar si decía la verdad. entre todos construyeron un hermosos conejo hecho con barro, pelos que se quitaron los mismos conejos, piedritas para los ojos y algunos hasta se cortaron las uñas para ponérselas en las patas.
Cuando estuvo terminado, lo pusieron en un claro del bosque y el quirquincho fue a informarle al Zorro que había un conejo que quería jugar con él. Rápidamente Don Zorro se dirigió hacia el lugar donde estaba el conejo y, al verlo, le dijo: -"DAME TUS MANOS Y VAMOS A JUGAR A LA RONDA". Al mismo tiempo se abalanzó sobre él y trató de devorarlo. Se llenó a boca de pelos y barro mientras aullaba de rabia. los demás animalitos, bien escondidos, pensaron que habían hecho bien en no creer en un mentiroso. 


 




La gallina Luna y la pata Delfina


Una tardecita muy amarilla de sol, la gallina Lina salió a caminar por el campo con sus  hijitos. Las flores lo saludaban muy educaditas con guiñaditas de pétalos. y las margaritas les hacían cosquillas en sus piquitos. Los pollitos quisieron compartir el paseo con sus vecinos. Y así fue como se acercaron a la casa de la pata Delfina y su familia. ¡QUÉ DIVERTIDO SERÍA PASEAR TODOS JUNTOS!. La gallina Lina con sus pollitos. Y la pata Delfina con sus patitos... Pasean muy contentos por el pastito verde. ¡cuántas flores y bichitos de colores.
Como son tan chiquitos, la mamá Lina y La mamá Delfina los tratan con cuidado y les hacen muchos mimitos... Les enseñan a buscar gusanitos en la tierra, entre las hojas y debajo de las piedritas. Pero... ¡QUÉ ABURRIDOS ESTABAN LOS POLLITOS! ¿CÓMO JUGAR EN EL AGUA? y...¿COMO CRUZAR LA LAGUNA? -¡SE NOS MOJARÁN LAS PLUMITAS! LLORABAN LOS POLLITOS... Entonces a los patitos se les ocurrió ¡UNA IDEA TAN BRILLANTE COMO EL SOL! La mamá gallina subió sobre mamá Delfina, y los pollitos sobre los patitos.
Y así pudieron cruzar todos juntos la laguna y seguir disfrutando de un hermoso día de sol.



lunes, 14 de julio de 2014

cuentos

el yaguareté que quería viajar

Una tarde de septiembre, a la hora en que los
animales se reunión para escuchar un cuento,
ya estaban todos en el lugar de siempre.
entonces la garza se acomodó bien y dijo: 
-Hoy cuento yo algo que sucedo hace tiempo 
cerca del río Juncarembó-.
hubo una vez un yaguareté que vicia en un
 lugar lleno de arbole, planta, flores
 y toda clases de insectos zumbadores. Un 
día se sintió aburrido de estar siempre
en el mismo lugar y tuvo deseos de viajar.
"AQUÍ YA NO HAY NADA NUEVO
 PARA MI Y NECESITO VER QUE 
HAY DIFERENTE POR ALLÍ"
pensó el yaguareté.
Se despidió de sus amigos y sus parientes 
y se  marchó a conocer un mundo diferente.
Fue hasta la estaciona del tren y se puso a
esperarlo en el anden. Apenas llego, el yaguareté 
quiso subir a un vagón, pero lo freno un 
empleado con un gran vozarrón.
-disculpe usted- le dijo-. pero por lo que 
yo se, en este tren no puede viajar un yaguareté.
Entonces fue a la estación de ómnibus
y quiso subir al primero que salio,
pero el conductor le dijo -LO SIENTO,
 AQUÍ YAGUARETÉ, NO-.
Fue a la carretera por donde pasaban 
autos y camiones ala carrera. y se puso hacer 
señas para que lo llevaran, pero todos seguían 
de largo y le decían "NO" CON LA CARA.
Quiso tomar un avión, pero el piloto
le dijo -¡EH! ¿QUE SE CREE? NINGÚN
AVIÓN VA A LLEVAR UN YAGUARETÉ.
 Desalentado, con el ánimo caído, el 
yaguareté volvió al lugar de donde había 
salido. -¡QUE RÁPIDO VOLVISTE-le dijo el 
armadillo-. Y enseguida agregó: -¿QUE TE 
OCURRIÓ? se te ve muy triste.
-NO LOGRE LLEGAR A NINGUNA LADO- 
le contesto el yaguareté, muy desanimado.
Entonces le dijo el armillero: 
-SI QUIERES VER PAISAJES NUEVOS,
ES MUY SENCILLO- . Y le dio un par de 
lentes, que parecían comunes y corrientes.
-¿PARA QUE LOS QUIERO?- dijo
el yaguareté-.Yo veo bien, no soy
corto de viste y nunca tuve que visitar 
al oculista.
-ESTOS LENTES HACEN QUE TODO 
LO QUE UNO MIRA CREZCA. 
VERÁS LAS COSAS MÁS PEQUEÑAS 
COMO SI FUERAN GIGANTESCAS-.
El yaguareté se puso los lentes y posó 
la mirada sobre una flor cualquiera, 
una campanilla. Y vio antes sus ojos una 
verdadera maravilla. Esa sola flor parecía 
todo un mundo en el que cada pétalo era
un jardín, formado por tantas
plantas distintas que parecia no tener fin.
Después el yaguareté miró un árbol
que desde hacía mucho tiempo había visto
todos los días, y se dio cuenta de que 
 en el había mucho más de lo que parecía. 
Cada una de las ramas era un árbol inmenso,
y juntas formaban un bosque muy frondosos
y extenso. Y así ocurrió con cada cosa 
que creía conocer, de modo que se quedó
donde estaba y se sitio muy contento al descubrir
 que no tenía que salir de viaje para conocer
nuevos paisajes.


Cien metros de gatos

un día se formo una muy larga fila de
todo tipo de gatos. Un chico los vio 
y calculó enseguida: -CIEN METROS
DE GATOS-. Cuando la fila avanzó los
autos y las bicicletas que iban por la 
calle tenían que detenerse como ante
una barrera baja del ferrocarril.
-SI LES LADRA UN PERRO, CADA
GATO IRÍA AL LUGAR DE DONDE SALIÓ- 
dijo un señor que tenia un perro de 
orejas tan grandes que parecía tres
perros en vez de uno. Y lo fue a buscar.
Y antes de llevarlo hasta la fila de 
gatos negros, grises, rayados, manchados 
y amarillos, le recomendó que les ladrara,
sin pelear.Y cuando estuvo frente a 
esos cien metros de perro  se puso al 
final de la fila, divertido.
-SI CONSEGUIMOS UNOS RATONES,
LOS GATOS PERSEGUIRÍAN Y DE 
LA FILA NO QUEDARÍA NADA-
dijo el panadero. No se sabe de dónde
se trajeron unos cuantos ratoncitos pero 
los gatos siguieron caminando sin darles
ningún tipo de importancia.
Entonces los ratones, con ganas de 
jugar, se acomodaron en la fila, 
detrae del perro grande.
Las mariposas de los jardines y los pájaros
de los árboles hicieron lo mismo.
Y luego, todos los chicos y las personas
de la ciudad.
Ayer los gatos pasaron por mi casa, 
me invitaron a dar una vuelta y me 
puse en la fila, arriba del perro.


Un chaparrón de tinta

las palomas de la plaza se pusieron de 
acuerdo para aprender a escribir.
Se instalaron en una nube para que 
nadie las molestara.
Llevaron los papeles más lindos
que encontraron, tinteros y lapiceras.
Una paloma maestra les enseñó las letras,
y cuando pudieron escribir: ala, pico 
y pluma, se pusieron muy felices.
Tantos saltos de alegría dieron, que la 
tinta de todos los tinteros se derramó.
Y de la nubecita salió un chaparrón
azul oscuro, casi negro. Era de tinta y 
no de agua. -¡OH! ¡LLUEVE TINTA!- dijo
la gente que caminaba por allí. Y todos 
se volvieron de un color oscuro que los 
cubría de la cabeza a los pies. Lo mismo
sucedió con los animales que estaban 
paseando.
Las casa y las calles que se habían 
manchado se sacudían con fuerza para
que la tinta se les desprendiera.
-¡UN TERREMOTO! ¡UN TERREMOTO!
-GRITABAN ALGUNOS-.
Menos mal que una nube grande pasó
junto a la nubecita donde estaban las
palomas que escriban. Al saber lo 
ocurrido descargó sobre el lugar una 
gran lluvia y lavo todo.
Cayó tanta agua, que no quedó una 
mancha de tinta en ningún lado,
ni en las narices, ni en los hocicos.
Finalmente, se pusieron montañas de
lápices en la plaza para todas 
aquellas palomas que deseaban mucho 
mas aprender a escribir.  




Una torre de caracoles


Este es el cuento del caracol que se pasaba
la noche mirando el cielo azul y se 
quejaba: -¡QUE PENA NO PODER VER
DE CERCA LAS BRILLANTES 
ESTRELLAS!- Un día de verano, tuvo
una gran idea: formare con los caracoles
de todo el mundo una torre que llegara al
cielo. se lo dijo a los que estaban cerca
y mandó cartas a los que estaban lejos.
Llegaron caracoles en aviones, en barcos, 
en trenes, en auto. A la noche, se reunieron
en medio de un campo. Fueron subiendo 
uno sobre otro hasta formar una torre.
El que quería ver las estrellas de cerca, tenía
que ser el último en subir. 
Afortunadamente, pudo agarrarse de la cola
de un barrilete que lo llevo hasta lo mas
alto de la torre. -¡EL CIELO SIGUE
QUEDANDO MUY LEJOS!- -DIJO
CUANDO LLEGÓ-.
Empezaron a cansarse y la torre se movió
de un lado a otro. -¡NOS CAEMOS! 
-GRITARON-. -¡ESTOY EN EL AIRE!-
se asustó uno. Pero la torre no se cayó.
De pronto, una estrella bajó hasta el 
caracol que quería verla de cerca.
Le tocó una punta en su cabecita
y volvió después al cielo. La torre de 
caracoles se deshizo y se fueron todos.
Los caracoles son parecidos. Pero. el
que fue tocado por la estrella es fácil
de reconocer porque en las noches, es el 
único que da luz.



Me falta un caballito


Daniela, que tenía seis años, juntaba
figuritas y dibujos con caballitos y 
los guardaba en una caja de madera.
El que más le gustaba era un caballo
verde que ella misma había dibujado.
Una tarde descubrió que le faltaba y 
lo buscó por todos los rincones.
Se desesperó:
-¡me falta un caballito!-
Para que se olvidara de que  lo había
perdido, su hermano la llevó hasta la
calesita de la esquina de su casa.
El se subió a un delfín y Daniela, 
cuando estaba por trepar a una 
tortuga, vio un caballito verde.
Antes de que la calesita empezara a girar,
se montó al caballo verde.
Y oyó que el caballito le decía:
-SOY TU DIBUJO, ME ESCAPÉ PARA
DAR VUELTAS EN LA CALESITA-.
-¡TE ENCONTRÉ! - GRITÓ DANIELA, FELIZ-.
Y se bajó. la calesita siguió girando.
Y cuando paró de girar, vio que el 
caballito ya no estaba allí: en su lugar 
había un oso blanco. 
-¡LO VOLVÍ A PERDER!- se quejó.
De la mano de su hermano, volvió
a su casa y lo primero que hizo fue 
abrir su caja de madera. Allí
estaba el dibujo del caballito verde que 
le dijo: -¡CUÁNTOS NOS DIVERTIMOS!
MAÑANA TE ESTARÉ ESPERANDO EN 
ALA CALESITA.

cuentos clásicos

Caperucita roja

Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: “Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.”

“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. “Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.” - “¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?” - “A casa de mi abuelita.” - “¿Y qué llevas en esa canasta?” - “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.” - “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?” - “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. “¿Quién es?” preguntó la abuelita. “Caperucita Roja,” contestó el lobo. “Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.” - “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.” El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. “¡!Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.” - “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.” - “Son para verte mejor, querida.” - “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.” - “Para abrazarte mejor.” - “Y qué boca tan grande que tienes.” - “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. “¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía tiempo que te buscaba!” Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”


Los 3 cerditos


Al lado de sus padres, tres cerditos habían crecido alegres en una cabaña del bosque. Y como ya eran mayores, sus papas decidieron que era hora de que construyeran, cada uno, su propia casa. Los tres cerditos se despidieron de sus papas, y fueron a ver como era el mundo.
El primer cerdito, el perezoso de la familia, decidió hacer una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fue a dormir.
El segundo cerdito, un glotón, prefirió hacer la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y luego se fue a comer manzanas.
El tercer cerdito, muy trabajador, opto por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaría más en construirla pero estaría más protegido. Después de un día de mucho trabajo, la casa quedo preciosa. Pero ya se empezaba a oír los aullidos del lobo en el bosque.
No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento, el lobo se dirigió a la primera casa y dijo: - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Como el cerdito no la abrió, el lobo soplo con fuerza, y derrumbo la casa de paja. El cerdito, temblando de miedo, salió corriendo y entro en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguió. Y delante de la segunda casa, llamo a la puerta, y dijo: - ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Pero el segundo cerdito no la abrió y el lobo soplo y soplo, y la cabaña se fue por los aires. Asustados, los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero, como el lobo estaba decidido a comérselos, llamo a la puerta y grito: - ¡Ábreme la puerta! Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Y el cerdito trabajador le dijo: - ¡Soplas lo que quieras, pero no la abriré!
Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas, pero la casa ni se movió. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedo casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy cansado, no desistía. Trajo una escalera, subió al tejado de la casa y se deslizo por el pasaje de la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como fuera. Pero lo que él no sabía es que los cerditos pusieron al final de la chimenea, un caldero con agua hirviendo. Y el lobo, al caerse por la chimenea acabo quemándose con el agua caliente. Dio un enorme grito y salió corriendo y nunca más volvió. Así los cerditos pudieron vivir tranquilamente




Ricitos de oro

Erase una vez una tarde, se fue Ricitos de Oro al bosque y se puso a coger flores. Cerca de allí, había una cabaña muy bonita, y como Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, se acerco paso a paso hasta la puerta de la casita. Y empujo.
La puerta estaba abierta. Y vio una mesa.
Encima de la mesa había tres tazones con leche y miel. Uno, era grande; otro, mediano; y otro, pequeño. Ricitos de Oro tenía hambre, y probó la leche del tazón mayor. ¡Uf! ¡Esta muy caliente!
Luego, probo del tazón mediano. ¡Uf! ¡Esta muy caliente! Después, probo del tazón pequeñito, y le supo tan rica que se la tomo toda, toda.
Había también en la casita tres sillas azules: una silla era grande, otra silla era mediana, y otra silla era pequeñita. Ricitos de Oro fue a sentarse en la silla grande, pero esta era muy alta. Luego, fue a sentarse en la silla mediana. Pero era muy ancha. Entonces, se sentó en la silla pequeña, pero se dejo caer con tanta fuerza, que la rompió.
Entro en un cuarto que tenía tres camas. Una, era grande; otra, era mediana; y otra, pequeña.
La niña se acostó en la cama grande, pero la encontró muy dura. Luego, se acostó en la cama mediana, pero también le pereció dura.
Después, se acostó, en la cama pequeña. Y esta la encontró tan de su gusto, que Ricitos de Oro se quedo dormida.
Estando dormida Ricitos de Oro, llegaron los dueños de la casita, que era una familia de Osos, y venían de dar su diario paseo por el bosque mientras se enfriaba la leche. Uno de los Osos era muy grande, y usaba sombrero, porque era el padre. Otro, era mediano y usaba cofia, porque era la madre. El otro, era un Osito pequeño y usaba gorrito: un gorrito muy pequeño.
El Oso grande, grito muy fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Oso mediano, gruño un poco menos fuerte: -¡Alguien ha probado mi leche! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han tomado toda mi leche!
Los tres Osos se miraron unos a otros y no sabían que pensar.
Pero el Osito pequeño lloraba tanto, que su papa quiso distraerla. Para conseguirlo, le dijo que no hiciera caso, porque ahora iban a sentarse en las tres sillas de color azul que tenían, una para cada uno.
Se levantaron de la mesa, y fueron a la salita donde estaban las sillas.
¿Que ocurrió entonces?
El Oso grande grito muy fuerte: -¡Alguien ha tocado mi silla! El Oso mediano gruño un poco menos fuerte. -¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeño dijo llorando con voz suave: se han sentado en mi silla y la han roto!
Siguieron buscando por la casa, y entraron en el cuarto de dormir. El Oso grande dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama! El Oso mediano dijo: -¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Al mirar la cama pequeñita, vieron en ella a Ricitos de Oro, y el Osito pequeño dijo:
-¡Alguien está durmiendo en mi cama!
Se despertó entonces la niña, y al ver a los tres Osos tan enfadados, se asusto tanto, que dio un salto y salió de la cama.
Como estaba abierta una ventana de la casita, salto por ella Ricitos de Oro, y corrió sin parar por el bosque hasta que encontró el camino de su casa.


Hansel y Gretel


Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba Hansel, y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer, y en una época de carestía que sufrió el país, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día. Estaba el leñador una noche en la cama, cavilando y revolviéndose, sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo; finalmente, dijo, suspirando, a su mujer: - ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo alimentar a los pobres pequeños, puesto que nada nos queda? - Se me ocurre una cosa -respondió ella-. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos. - ¡Por Dios, mujer! -replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras. - ¡No seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó de importunarle hasta que el hombre accedió-. Pero me dan mucha lástima -decía. Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, entre amargas lágrimas, dijo a Hansel: - ¡Ahora sí que estamos perdidos! - No llores, Gretel -la consoló el niño-, y no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso. Y cuando los viejos estuvieron dormidos, levantase, pásese la chaquetita y salió a la calle por la puerta trasera. Brillaba una luna esplendorosa y los blancos guijarros que estaban en el suelo delante de la casa, relucían como plata pura. Hansel los fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel: - Nada temas, hermanita, y duerme tranquila: Dios no nos abandonará -y se acostó de nuevo. A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños: - ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-. Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió-: Ahí tenéis esto para mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más. Gretel se puso el pan debajo del delantal, porque Hansel llevaba los bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque. Al cabo de un ratito de andar, Hansel se detenía de cuando en cuando, para volverse a mirar hacia la casa. Dijo el padre: - Hansel, no te quedes rezagado mirando atrás, ¡atención y piernas vivas! - Es que miro el gatito blanco, que desde el tejado me está diciendo adiós -respondió el niño. Y replicó la mujer: - Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea. Pero lo que estaba haciendo Hansel no era mirar el gato, sino ir echando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino. Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre: - Recoged ahora leña, pequeños, os encenderé un fuego para que no tengáis frío. Hansel y Gretel reunieron un buen montón de leña menuda. Prepararon una hoguera, y cuando ya ardió con viva llama, dijo la mujer: - Poneos ahora al lado del fuego, chiquillos, y descansad, mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar leña. Cuando hayamos terminado, vendremos a recogeros. Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego, y al mediodía, cada uno se comió su pedacito de pan. Y como oían el ruido de los hachazos, creían que su padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que él había atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el tronco. Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se quedaron profundamente dormidos. Despertaron, cuando ya era noche cerrada. Gretel se echó a llorar, diciendo: - ¿Cómo saldremos del bosque? Pero Hansel la consoló: - Espera un poquitín a que brille la luna, que ya encontraremos el camino. Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño, cogiendo de la mano a su hermanita, guiase por las guijas, que, brillando como plata batida, le indicaron la ruta. Anduvieron toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos, exclamó: - ¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en el bosque? ¡Creíamos que no queríais volver! El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado. Algún tiempo después hubo otra época de miseria en el país, y los niños oyeron una noche cómo la madrastra, estando en la cama, decía a su marido: - Otra vez se ha terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan, y sanseacabó. Tenemos que deshacernos de los niños. Los llevaremos más adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay salvación para nosotros. Al padre le dolía mucho abandonar a los niños, y pensaba: «Mejor harías partiendo con tus hijos el último bocado». Pero la mujer no quiso escuchar sus razones, y lo llenó de reproches e improperios. Quien cede la primera vez, también ha de ceder la segunda; y, así, el hombre no tuvo valor para negarse. Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron la conversación. Cuando los viejos se hubieron dormido, levantase Hansel con intención de salir a proveerse de guijarros, como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, pues la mujer había cerrado la puerta. Dijo, no obstante, a su hermanita, para consolarla: - No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios Nuestro Señor nos ayudará. A la madrugada siguiente se presentó la mujer a sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, más pequeño aún que la vez anterior. Camino del bosque, Hansel iba desmigajando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo. - Hansel, ¿por qué te paras a mirar atrás? -pregúntale el padre-. ¡Vamos, no te entretengas! - Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós. - ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que brilla en la chimenea. Pero Hansel fue sembrando de migas todo el camino. La madrastra condujo a los niños aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca había estado. Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo: - Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad una siestecita. Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogemos. A mediodía, Gretel partió su pan con Hansel, ya que él había esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche oscura. Hansel consoló a Gretel diciéndole: - Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta. Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una sola miga; se las habían comido los mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hansel a Gretel: - Ya daremos con el camino -pero no lo encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; sufrían además de hambre, pues no habían comido más que unos pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentían tan cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos, echárnosle al pie de un árbol y se quedaron dormidos.
Y amaneció el día tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Pero he aquí que hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo, blanco como la nieve, posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azúcar. - ¡Mira qué bien! -exclamó Hansel-, aquí podremos sacar el vientre de mal año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán dulce es. Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía, mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz suave que procedía del interior: « ¿Será acaso la ratita la que roe mi casita?» Pero los niños respondieron: «Es el viento, es el viento que sopla violento». Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hansel, que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Abriese entonces la puerta bruscamente, y salió una mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos; pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo: - Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os haré ningún daño. Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hansel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el cielo. La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se los comía; esto era para ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos ventean la presencia de las personas. Cuando sintió que se acercaban Hansel y Gretel, dijo para sus adentros, con una risotada maligna: « ¡Míos son; éstos no se me escapan!». Levantase muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: « ¡Serán un buen bocado!». Y, agarrando a Hansel con su mano seca, llévalo a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Dirigiese entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola rudamente y gritándole: - Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien cebado, me lo comeré. Gretel se echó a llorar amargamente, pero en vano; hubo de cumplir los mandatos de la bruja. Desde entonces a Hansel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía: - Hansel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo. Pero Hansel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hansel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo: - Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo comeré. ¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por las mejillas! « ¡Dios mío, ayúdanos! -rogaba-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!». - ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte. Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender fuego. - Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa -. Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas. Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja. Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su interior, asarla y comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y dijo: - No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo haré para entrar? - ¡Habrase visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno. Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la malvada hechicera hubo de morir quemada miserablemente. Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hansel y le abrió la puerta, exclamando: ¡Hansel, estamos salvados; ya está muerta la bruja! Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y qué de abrazos y besos! Y como ya nada tenía que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas. - ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hansel, llenándose de ellas los bolsillos. Y dijo Gretel: - También yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de pedrería. - Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado -. A unas dos horas de andar llegaron a un gran río. - No podremos pasarlo -observó Hansel-, no veo ni puente ni pasarela. - Ni tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí nada un pato blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río -. Y gritó: «Patito, buen patito mío Hansel y Gretel han llegado al río. No hay ningún puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?». Acercase el patito, y el niño se subió en él, invitando a su hermana a hacer lo mismo. - No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve uno tras otro. Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla opuesta y hubieron caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras Hansel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. 


La bella durmiente

EN un país muy lejano, donde reinaban reyes muy poderosos, nació una princesita, a cuyo bautizo fueron invitadas las Hadas para que le sirvieran de madrinas. Después de la ceremonia religiosa, celebró en palacio un suntuoso banquete y las Hadas comieron con cubiertos de oro macizo guarnecido de piedras preciosas, que les regalaron los padres de la recién nacida. Cuando los invitados habían ocupado sus sitios correspondientes alrededor de la mesa, presentó  en la sala una Hada viejísima, a quien, por creerla muerta, no se le había enviado invitación. Los reyes la colocaron en lugar preferente; pero, no pudieron proveerla de cubierto de oro como a las otras Hadas, y la vieja, sintiéndose molestada, empezó a murmurar entre dientes.
 Terminado el banquete, cada una de las madrinas concedió a la princesita un don especial; pero la rencorosa vieja predijo que "la niña se atravesaria la palma de la mano con un huso y que la herida le ocasionaría la muerte" Una de lás Hadas buenas, que al retirarse oyó esta triste profecía, regresó al lado de la criatura y, acariciándola, le dijo:
—No puedo evitar que te claves un hueso en la palma de la mano, pero haré que la herida en vez de ocasionarte la muerte, te infunda un sueño profundo que dure cien años, y esto es lo que ocurrirá.
Los reyes, para evitar que se realizara el triste presagio, prohibieron terminantemente y bajo severísimas penas el empleo del huso en todo el reino, y así lo hicieron saber a todos los súbditos por medio de edictos y pregones, 
Que fueron leídos en todas las villas y lugares. Esto no obstante, cuando la princesa tuvo diez y seis años de edad, llegó un día, recorriendo las habitaciones del palacio, a una buhardilla que habitaba una anciana que, por desconocer los edictos del rey, estaba hilando con rueca.
¡Qué ocupación tan distraída!—exclamó, al verla, la princesita, quien, como era muy viva de genio y tenía que cumplirse la predicción, se apoderó de la rueca y se atravesó la mano con el huso sin que la anciana pudiera evitarlo.  Cavó la joven desvanecida sobre el pavimento, y la anciana, creyéndola muerta, empezó a gritar en demanda de socorro.
A las voces, acudieron los reyes y todos los serviciaros de palacio, e inmediatamente se ordenó que llamaran al Hada protectora de la princesa, que a la sazón se encontraba a dos mil leguas de distancia. Un enano, calzado con botas que avanzaban veinte leguas a cada paso, salió al instante en busca del Hada y ésta, montada en un auto extraño guiado por un negrito, presentó en el palacio pocas horas después.
—Está dormida—dijo el Hada al ver a la princesa, a quien ya se había colocado sobre un lecho suntuoso—y, para que, cuando despierte dentro de cien años, no se sorprenda de ver en torno suyo cosas y personas extrañas, dormirán también un siglo entero los criados y camaristas que le sirven, y permanecerán en el mismo estado sin envejecer ni deteriorarse cuantos objetos la rodean. Y, tocando el Hada con su mágica varita a las personas y cosas destinadas a dormir cien años, todas quedaron instantáneamente dormidas. Abandonaron luego los reyes el palacio, que estaba situado en medio de un bosque, y ordenaron, por edictos, que nadie se acercara a él, cosa que tampoco habría podido hacerse, porque en seguida brotaron en torno del edificio una infinidad de árboles grandes y pequeños, que, formando una especie de muralla, impedían completamente el paso a todo ser viviente.
Al cabo de cien años, el hijo del rey que a la sazón gobernaba el país, fué de caza por aquel sitio, y sus monteros le informaron de que en el viejo palacio, cuyas torres sobresalían por encima, de los corpulentos árboles de aquel impenetrable bosque, dormía una princesa bellísima desde hacía un siglo. Inflamado el corazón del príncipe por un amor repentino, avanzó hacia la muralla de zarzas y espinas, que se abrió para dejarle paso; pero la maleza cerro nuevamente tras él y la comitiva no pudo seguirle. Penetró el príncipe en el antiguo palacio y, después de recorrer muchas estancias y galerías, en las que sólo encontró durmientes, llegó al aposento en que reposaba la bellísima princesa, en el preciso momento en que ésta, despertándose, volvía de nuevo a la vida.
Absorto el príncipe ante la sublime belleza de una joven tan encantadora, y de rodillas le declaró su amor. Como todos los servidores del palacio despertaron también al mismo tiempo, ambos jóvenes pasaron a una lujosa sala donde se les sirvió un espléndido y suculento banquete, en que reinó la alegría más loca. El príncipe volvió luego a su regia morada y refirió a sus padres lo que le había acontecido. Toda la corte, vestida de gala, se trasladó al bosque y, después de admirar la belleza extraordinaria de la gentil princesita, la condujo en triunfo a la ciudad, donde los dos jóvenes contrajeron en seguida matrimonio, celebrándose con tan  motivo grandes fiestas en todo el reino.
Tres años más tarde, murió el rey, y el príncipe la corona, cuando ya era padre de dos preciosos niños llamados Aurora y Sol (una niña y un niño). La madre del nuevo rey era una ogra y, como además odiaba a su nuera y a sus nietecitos ordenó al cocinero que matara cada día a uno y se los Sirviera en pepitoria; pero el cocinero, compadecido de los niños y de la joven y bellísima soberana, en vez de obedecer a la reina madre, ocultó a las criaturas. Indignada la ogra, mandó que llenaran de sapos, culebras y toda clase de alimañas una enorme cuba, con objeto de arrojar en ella a los dos niños y a la madre de éstos, para recrearse viéndolos morir y comérselos después... pero, en el momento en que se iba a con sumar tan monstruoso crimen, se presento el rey, padre de las criaturas, e inmediatamente mandó suspender la infame ejecución. La ogra, al ver frustrados sus diabólicos planes, se arrojo de cabeza a la cuba y los sapos y culebras que en ella había la devoraron en un momento ¡Así suelen terminar los malos que trozan haciendo sufrir a los buenos!